La pugna por el conocimiento

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La actual pugna por el conocimiento que se está perpetrando en el ámbito de la reforma educativa, con sus posturas progresistas y sus posiciones conservadoras, no es nueva. La construcción cultural del mundo es la historia de la construcción epistemológica de esos relatos impuestos -frente a los silenciados- que han pasado a formar parte del conocimiento general, por ser considerados por los sectores ostentadores de privilegios necesarios para el devenir de las sociedades, lo cual siempre está cargado de enormes connotaciones ideológicas.  

La investigadora Ana de Miguel recoge en su texto titulado La violencia contra las mujeres. Tres momentos en la construcción del marco feminista de interpretación, en el que delata algunos de los entresijos del patriarcado, que “el conocimiento es el producto de continuas interacciones sociales, dentro de los movimientos, muy plurales y cambiantes y en continua polémica interna y externa, la que se genera dentro del movimiento y la que mantiene con sus oponentes”.

En las visiones culturales y en la construcción de la historia del arte, la literatura y la ciencia, al menos en las versiones que nos han llegado hasta nuestros días, se sustenta un sesgo que distorsiona una realidad diversa y construida a partir de esos flujos de interacción permanente. Estos movimientos nos llevan obligatoriamente, en un proceso de deconstrucción necesario en el actual momento histórico, a entender -por ejemplo- que occidente no existe sin oriente, que siempre se nos cuenta solo una parte de la historia (la parte interesada), que un saber no existe sin su relación los demás y que las culturales occidentalistas preponderantes tienen sentido solo en un mundo que dialoga en el reconocimiento mutuo de las distintas voces que lo componen. 

En ese sentido, explicar el canon cultural desde una perspectiva etnocéntrica y a partir de la construcción artística realizada desde las posiciones que ostentan una posición privilegiada es una muestra de empobrecimiento en la perspectiva que utilizamos. Esta posición nos impide, además, disfrutar de la diversidad cultural en un sentido amplio y como lo que realmente es: una construcción coral y polifónica, repleta de voces, ecos y resonancias de la diferencia que nos define y nos enriquece.

Los saberes educativos

Las reformas educativas, a través sobre todo de los currículos, han cristalizado en las últimas décadas esa pugna política por el conocimiento, por la hegemonización de los saberes y la imposición de distintas formas de entender el mundo, frente a otras. 

Que se lleguen a acuerdos en sociedades tan diversas sobre qué conocimientos y cuáles no se tienen que poner al acceso de las nuevas generaciones a través de la escuela es un ejercicio de ingeniería epistemológica difícil de lograr. Y lo es sobre todo porque vivimos en un mundo de intereses encontrados y de visiones antagónicas que no dan su brazo a torcer sobre lo que cada cual entiende por algunos conceptos clave en este proceso: identidad, saberes, ciencia, cultura, diversidad…  

En el convulso momento histórico actual, lo esperable es que en esa pugna por el conocimiento, por la distinción entre saberes imprescindibles y saberes deseables, impere un consenso mínimo en lo referente a aquellas cuestiones que atañen profundamente al ser humano y a su devenir vital en las comunidades en las que se desenvuelve: la defensa de los derechos humanos, los derechos de la infancia, la lucha contra la pobreza, las desigualdades, el racismo, el deterioro medioambiental, una economía crítica, los flujos migratorios, la cuestión de género…

Son estos “contenidos” universales de esta nueva era los saberes que podrían llegar a formar parte de esas perspectivas de una escuela crítica y respetuosa, capaz de superar viejos axiomas para formar a la ciudadanía del mañana, una ciudadanía que se enfrentará a problemas globales y para los cuales tendrá que aprender a dialogar, a entenderse con el otro y a llegar a acuerdos para superar la palpitante injusticia social.  

La escuela debe, para superar esta tensión, mirar a su entorno y preguntarse qué acontecimientos están afectando a las sociedades, todo ello con el fin de saber, a partir de estos, a qué conocimientos, destrezas y habilidades debe dársele prioridad. En definitiva, no debe mirar tanto a su pasado, sino a su presente, para empezar a edificar qué modelo de convivencia queremos para el futuro. 

Decía Diderot: “la indiferencia hace sabios y la insensibilidad monstruos”. Mirar alrededor con una perspectiva abierta, crítica y dialógica para percatarse, con esa sensibilidad y empatía necesarias, de cuáles son las necesidades de las futuras generaciones, tiene que ser la base del necesario consenso en la escuela y en la vida, un consenso que nos permita, siempre, seguir dialogando en la diferencia.  

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