Una nueva ínsula para el español

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La lengua de Cervantes tiene una nueva ínsula en la región donde se encuentra la capital de España.

Este idioma, hilvanado, como otros, con tejidos diversos de fragmentos, de pedazos de historias y de identidades compartidas, se ha vuelto a convertir en piedra angular ahora no de un debate que pudiera parecer estéril en función de quien lo mire, sino de una acción política de un importante impacto simbólico y, lo que es peor, económico: la creación de la Oficina del Español en la Comunidad de Madrid, de la cual será director del área el exdiputado Toni Cantó. 

En la Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha, en su episodio 54, tiene lugar el ampliamente estudiado diálogo entre Sancho y Ricote. En él, Sancho expone a su vecino morisco los motivos que lo llevaron a abandonar su cargo de gobernador de la Ínsula de Barataria para volver a la búsqueda de Don Quijote: “he ganado —respondió Sancho— el haber conocido que no soy bueno para gobernar, si no es un hato de ganado, y que las riquezas que se ganan en los tales gobiernos son a costa de perder el descanso y el sueño, y aun el sustento, porque en las ínsulas deben de comer poco los gobernadores, especialmente si tienen médicos que miren por su salud.”

La enseñanza plasmada en esta posición de Sancho, en unas palabras plagadas de humildad y sensatez, parecen no reproducirse en la esperpéntica decisión de Díaz Ayuso al crear un organismo innecesario en una región de España repleta de telarañas con forma de deficiencias estructurales en materia de sanidad y educación pública, entre otros ámbitos garantistas de la protección social.  

La realidad plurilingüe y diversa de nuestro país se aleja del ideario político de un gobierno, el de Madrid, que desoye necesidades primarias para perpetuar las carencias y, a su vez, mantener abierto veinticuatro horas al día y siete días a la semana el chiringuito de los privilegios. Fue el mismo chiringuito ideológico que llevó a su presidenta a ganar las últimas elecciones a través de un artilugio verbal centelleante -el de la “libertad”- como reflejo de una posmodernidad que, ante el agotamiento, prefiere el mensaje de la distorsión a mirar frente al espejo los problemas reales de la gente. 

El español es una lengua fuerte, protegida por todo un armazón legislativo, cultural y educativo. El carácter mestizo de las identidades supranacionales que resisten a estos disparates políticos es el mismo que existió desde un origen, cuando antes de la llegada del latín se hablaban diversas lenguas en la península ibérica, las llamadas lenguas prerromanas

Según datos de la UNESCO, cada catorce días muere una lengua en el mundo, y ninguna de ellas es el español, que goza de una salud cultural contrastada que anualmente se verifica por parte de instituciones como el Instituto Cervantes, que ya cumple el papel de impulsor y defensor de las culturas hispánicas, una labor que completamos los docentes de Lengua española en distintos niveles educativos.

La lección que nos dio Cervantes a través de la conversión del personaje de Sancho en una persona exenta de codicia y alejada del interés personal, no se reproduce, como se ve, en muchas personalidades de la política actual; y ello hasta tal punto que prefiere perpetuarse un discurso propagandístico con una imagen colonialista de la lengua, más cercano a épocas del pasado imperial que al nexo en la diversidad que se encuentra en la impronta identitaria de nuestras regiones.

La cultura como bien público y una educación de calidad que vertebre la justicia social y el motor del progreso deben estar construidas sobre una misma base, que huya de toda mercantilización que convierte a nuestros dirigentes en gobernadores de ínsulas ficticias que no hacen sino separar a la ciudadanía en un inmenso mar de diferencias.

En ese sentido plural y respetuoso que requiere la sociedad civil, no caben organismos superfluos como la Oficina del Español y otros similares, impregnados de una narrativa estéril que no convence a quienes sostienen lo público con sus impuestos.

Cabe, en cambio, una agenda inclusiva desde un punto de vista educativo, cultural y lingüístico, en el que estructuras como el bilingüismo escolar, la configuración segregada de los mapas escolares o el supremacismo idiomático no tengan sentido, ya que legitiman una perspectiva etnocéntrica o discriminatoria que se no se ve una vez se cruza la puerta que da la entrada a esa ínsula de cristal a la que renunció Sancho, pero en cuya esfera, sea en el continente que sea, parecen seguir queriéndose eternizar algunos, cueste lo que cueste y aunque no tengan, como decía Sancho, “médicos que miren por su salud.” 

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