El día en que conté que yo también repetí no fue fácil ¿Saben de esas clases en las que no hay forma de que tu alumnado atienda? Esas en las que sacan el móvil una y otra vez, interrumpen, hablan constantemente y no hacen nada de caso cuando les llamamos la atención. Les sonará: en la enseñanza, existen jornadas así a borbotones. Es como el pan nuestro de cada día.
En uno de esos momentos (y esto también sonará), me harté, detuve la sesión y les dije, como decimos en mi tierra, cuatro cosas, al igual que cuando nuestras madres, si teníamos esa suerte, se sentaban a hablarnos para intentar que maduráramos si algo nos iba mal y tropezábamos, como todo adolescente.
En medio de esa monserga les hablé de los objetivos de vida a corto o medio plazo. A veces, y también cuando escucho a otros docentes, siento que los adolescentes actuales de dieciséis o diecisiete años carecen más que antes de horizontes vitales, pequeñas metas que marquen al menos el final de un camino que vislumbren como realizable, alcanzable: una oposiciones a policía, una formación profesional o estudiar una carrera; da igual: una meta posible, deseable. Eso se ve mucho, por ejemplo, en Bachillerato, que acoge a un perfil creciente de alumnado desorientado —muchos acaban ahí de rebote— que choca de bruces con un modelo de enseñanza de raíz aún propedéutica y enfocada a la superación de las pruebas de acceso a la universidad. Algo muy diferente al cóctel de la ESO.
Volvamos al hilo: en medio de esa charla dura por momentos, les hablé del éxito y el fracaso individual, de la caída y de levantarse a tiempo en medio de un pantano. De lo que ha marcado a generaciones de jóvenes el “supérate a ti mismo” que nos sumerge en una competitividad inevitable, fruto del modelo de vida en el que estamos atrapados. Y así fue cómo les conté que a mí también, en una época determinada, me fue mal. Yo también fui adolescente. Yo también repetí. Y les hablé de cómo eso me hizo madurar, o al menos es lo que siempre pensé.
A partir de esta anécdota de ese día en que no di una clase al uso, llevo días reflexionando sobre la repetición y los condicionantes vitales que rodean al estudiante que cae: sus características, su entorno y su situación personal. En mi caso, decir que la repetición de cursos me vino bien porque me hizo crecer en lo personal y académico es llevar la tesis a un simplismo extremo, ya que va más con mis creencias según la época e incluso de mi estado anímico que con un análisis pormenorizado de lo que ocurrió a mi alrededor para que a mí, tras repetir un curso de aquel BUP, me empezara a ir mejor. ¿Les suena el sesgo del superviviente?
La realidad que yo veo es otra. Más allá de la evidencia de muchos estudios que defienden que la repetición de curso no es una medida de mejora, lo que observo alrededor es que los estudiantes que potencialmente encierran más riesgo de repetir son, a su vez, los que tienen más posibilidades de desengancharse del sistema educativo por su condición de partida. Mi relato personal es particular: está marcado por condiciones que sesgan mi percepción y me llevan, a la par, a dudar de que los menores que repiten o los que incluso cargan al final del trimestre con una mochila llena de suspensos reciban el acompañamiento que precisan. Muchas veces, al carecer de apoyos y recursos, son abandonados a su esfuerzo personal, es decir, a su situación individual, que no es más que una suerte de determinismo social.
Sí, yo también repetí y lo conté aquel día. Que en ocasiones el alumnado vea en nosotros, sus referentes (los docentes somos y debemos seguir siendo referentes, se diga lo que se diga), signos de humanidad e incluso a veces de cierta vulnerabilidad en nuestros relatos vitales, es positivo. Esa es la autoridad moral que podemos ejercer sobre ellos: que nos perciban, más que como montañas de saberes, como entramados de tejidos vitales buenos y malos. Unos tejedores de historias con las se puedan identificar.
También fuimos adolescentes, pero pocas veces se lo contamos a ellas y ellos en nuestras clases, agobiados por un temario que siempre apremia, unos resultados que siempre se nos exigen y por una imagen pulcra que siempre queremos proyectar. La escuela en la que yo repetí y en la que ahora deambulan sin horizonte multitud de jóvenes repletos de angustia es una escuela en tensión en la que a veces parece que se trata de aparentar que todo está bien para lograr salir algún año en la lista de los mejores colegios del país, o ser alguno de esos nominados a un Global Teacher Prize, a la par que muchos se quedan en el camino de la derrota colectiva. En la escuela actual parece que nadie tiene derecho a caer y, lo importante, a ser ayudado a levantarse: parece que se busca que el alumnado que repite aprenda de ello, sin más. Parece incomodar que se implante una ética de cuidados, escucha y acompañamiento para los que les cuesta un poquito más ponerse en pie. “Esto no es una ONG”, llega a decirse.
En este centro de alto rendimiento en el que hemos convertido la vida algunos tampoco ven que haya tiempo para pararse a narrar relatos como el de aquella clase desastrosa en la que conté que repetí y en la en la que estallé para sentirme desnudo, como nos ha pasado en otras muchas situaciones. Pero fue realmente esa clase en la que más me sentí escuchado y tal vez ellos más comprendidos, y por eso es importante: también contar es acompañar. Educar es también acompañar.
La educación necesita más de esos encuentros, de esos relatos de asistencia emocional como el del día en que dejé de lado la programación para contar aquella anécdota. Necesita de modelos organizativos flexibles, de espacios de diálogo (también entre docentes) para aprender a escucharlos; momentos que en realidad son más formativos que muchas de las charlas que recibimos. Y necesita sobre todo del compromiso social de los profesionales que nos dedicamos a esto.
Querido amigo, totalmente de acuerdo. En mi caso sucedió una historia parecida, que por cierto, también la conté en alguna de mis clases. Como bien dices somos modelos ante los cientos de alumnos y alumnas que pasan por nuestras clases y debemos mostrar que no solo hay una propuesta, que son varias, pues la clase es un mundo lleno de variantes y hay que hacerles ver que todos los caminos pueden llevar al éxito.