De los bancos de recursos a la colaboración como recurso: una propuesta para la formación docente

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Hace unos días tuvo lugar un debate virtual a través de la red social Twitter organizado por el Colectivo DIME de Docentes por la Inclusión y la Mejora Educativa. Fue un espacio interesante, porque dio lugar a recoger la pluralidad de voces de todos los participantes que se conectaron, profesionales de la educación de puntos diversos que ven este trabajo cada cual a su manera, según su contexto, bagaje y experiencias. En absoluto fue un espacio ocupado por los organizadores, sino todo lo contrario: todo un ejercicio interactivo de formación crítica, compartida, reflexiva y horizontal nutrido de la pluralidad de experiencias.

Una de las cuestiones que se tocaron por parte de distintos participantes fue la importancia de crear bancos de recursos didácticos en los centros, con el fin de que todo el profesorado pudiera nutrirse de las experiencia de los demás, en la línea de la relevancia que tienen los recursos educativos abiertos dentro de cualquier proceso de mejora en esta compleja profesión. En ese sentido, me parecieron muy interesantes los planteamientos que se pusieron sobre la mesa porque, al fin y al cabo, los bancos de recursos pedagógicos son una forma de concretar un Proyecto Educativo de Centro (ese documento institucional que casi nadie se lee y permanece “inerte”), y mantenerlo vivo, actualizado y disponible de una forma práctica para todos aquellos docentes que se vayan incorporando a los centros, tanto de un año para otro como a lo largo de un curso para cubrir una sustitución. 

Los bancos de recursos son, al fin y cabo, comunidades de práctica, cuyo éxito en diversos contextos ha sido ampliamente estudiada: son una medio para cooperar y compartir acciones; una forma de observación diacrónica que nos permite acceder a lo que otros compañeros y compañeras han puesto en funcionamiento en los mismos grupos con los que vamos a trabajar y en el mismo contexto, por lo que su importancia es fundamental a la hora de explorar nuevas experiencias formativas en los espacios educativos con los que contamos y con el poco tiempo del que disponemos.

Recordemos que para que una red de personas, en este caso, profesionales de la educación, se convierta en una verdadera comunidad de práctica, es prioritario partir de una premisa como la contemplada por E. Meyers (2009, p. 52): “la fuerza de una red radica en sus miembros, las relaciones entre ellos y su compromiso con las metas y actividades de la red.” Para ello es necesario que los procesos previos de fortalecimiento de las relaciones de las personas participantes de esos bancos se nutran de modelos dialógicos, horizontales, críticos, constructivos y participativos, en los que debe primar, en definitiva, la formación entre iguales, dentro de un cambio de la cultura escolar: todo ello supone un ejemplo de construcción conjunta de los aprendizajes (en este caso de los docentes, que se nutren de las experiencias de los que tienen a su alrededor), siempre en la búsqueda de un bien común.

Es conveniente, por todo ello, no quedarse solo con la idea de banco de recursos como una experiencia cerrada, exclusivamente material y conformada como si de un repositorio se tratase, ya que, como también se dijo en el espacio virtual organizado por el Colectivo DIME, experiencias digitales de este tipo hay muchos y muy interesantes, puestas a disposición por las administraciones educativas, sobre todo tras la pandemia. Es clave, así, para que esta propuesta de trabajo adquiera relevancia, que los bancos de recursos se inserten dentro de un modelo de formación comunitaria, clave para la modernización de la educación, tal y como se ha estudiado desde diversas instancias. 

Es cierto que las estructuras organizativas escolares no están creadas para favorecer este trabajo colaborativo. Por ello, me parece prioritario que los equipos directivos favorezcan una forma de reconversión de las dinámicas participativas del profesorado en los centros, en cuanto a convertirlos en verdaderos protagonistas de su formación. 

El banco de recursos aislado debe, por esto, dar paso a una reestructuración de los órganos colegiados de los centros, así como de las reuniones de los distintos equipos, para que estos espacios no sean un mero monólogo de la dirección o la jefatura de estudios, sino que se aprovechen para compartir dudas, contradicciones, problemas, éxitos o fracasos de toda la comunidad docente participante. 

Transformar los órganos colegiados

Hay regiones que, en esa línea de cooperación, interacción y difusión de buenas prácticas, ya han avanzado en algún que otro programa de observación de aula; sin embargo, son escasas las experiencias en este sentido, debido al encorsetamiento organizativo que caracteriza a los espacios educativos en nuestras instituciones escolares tradicionales. Por ello, resulta clave implantar esa cultura colaborativa, de entrada, en los recursos con los que se cuente, a la espera de seguir reclamando otros más acorde con las verdaderas necesidades de nuestras escuelas: reuniones de coordinación pedagógica, claustros, de ciclo, de departamento, de equipos educativos, de proyectos, etc., todo ello dentro de esa dinamización de un diálogo entre iguales en el que todos podamos aprender de las experiencias (buenas y malas) de los demás, más allá de su papel tradicional como órganos de transmisión de información y escaso debate pedagógico. 

En definitiva, los bancos de recursos, si se plantean como un apoyo y no tanto como un fin en sí mismo, pueden ser el acicate para darle forma a ese modelo práctico-reflexivo que supere las concepciones tradicionales de la formación vertical, en “cascada”, que muchas veces se presenta como descontextualizada con respecto a la idiosincrasia de un centro. Se hace necesario, por lo tanto, superar su planteamiento como repositorio de ideas, situaciones de aprendizaje o recursos, para dotarlos, como complemento idóneo, de ese sentido más humano y experiencial, siempre bajo la dinamización de un equipo de formación en los centros (fundamental que la administración educativa favorezca su implantación y se cuente con el respaldo de los equipos directivos). 

Para ello es también importante “abrir” las aulas y transformarlas en espacios más colaborativos y prácticos, conformando redes unas con otras y favoreciendo la innovación profesional a través del aprendizaje entre iguales: de esa manera superamos el modelo tradicional estándar de asesoramiento técnico-metodológico —con un demostrado escaso impacto en el profesorado— para convertir esos los bancos de recursos y esos planes de formación en propuestas colectivas y participativas de autoformación docente, con el fin de favorecer la necesaria autorregulación y la reflexión conjunta. 

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