Las telarañas de la formación docente

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Creo que, por mucho que veamos la educación desde posiciones ideológicas diferentes, desde todas ellas hay poca discrepancia en afirmar que la calidad de la enseñanza y del ejercicio de la profesión docente influye directamente en los resultados del alumnado. 

Sin embargo, la crítica sobre la idoneidad de la formación inicial y continua del profesorado es una constante, tanto desde dentro de la profesión como desde fuera, y llega incluso a condicionar el desarrollo de la carrera docente, en cuanto a la motivación con la que afronta esta importante faceta de su trabajo. Telarañas repletas de dudas sobre su eficacia, su valía y su necesidad atraviesan constantemente las creencias del profesorado, tanto que, como respuesta, estos muchas veces se mantienen agazapados en sus prácticas tradicionales, incluso ante malos resultados, puesto que no sienten la necesidad de cambio; no han hecho suya esa necesidad.

En ese sentido, escasas veces he visto un modelo práctico-reflexivo en las acciones formativas de mejora que se llevan a cabo: un modelo dialógico y problematizador que realmente remueva conciencias y haga creer al docente que necesita cambiar. De hecho, en redes sociales, donde la horizontalidad debería ser una constante, siguen predominando las voces de expertos solucionadores de problemas educativos ajenos, cuando la formación que realmente funciona es aquella que hace al profesional protagonista pleno de su propio proceso, en la planificación, en la ejecución y en la evaluación, tal y como ocurre con cualquier proceso de aprendizaje en general. 

La formación docente ha avanzado en las últimas décadas mucho en el terreno de las ideas y poco en el de las prácticas demostradas de éxito, que es lo que el profesorado necesita interiorizar y sentir que puede aplicar en su contexto real. El sentido de comunidad no se ha desarrollado lo suficiente en este ámbito fundamental de la educación formal, y ello hace que las recetas de mejora siempre se sientan ajenas, mientras en el día a día seguimos ahogados en otras telarañas que nos atenazan: las de los problemas cotidianos de la profesión. O mejor dicho, de las situaciones problemáticas que se nos presentan de frente un día cualquiera, cuanto menos nos lo esperamos. 

Pero hay otras telarañas que, en cuestiones de formación docente, sí funcionan -`porque así se ha estudiado desde investigaciones de la comunidad internacional- y crean ese sentido de pertenencia a una comunidad que comparte inquietudes, experiencias y dificultades: son las redes profesionales conformadas en torno a proyectos y necesidades comunes. 

En ese camino, la figura del ponente tradicional externo que viene a dar una charla motivadora hace tiempo que pasó a formar parte de las ocurrencias y no de las evidencias de impacto de éxito. Esa senda de crecimiento profesional apoyada en demostraciones prácticas va más en la línea de concebir a los profesionales como parte de un tejido vivo en el que los unos se dejan ayudar de los otros, en un modelo colectivo, autónomo y en el que participan todos los agentes de la escuela.

En este reclamo de un cambio de paradigma de la formación continua de los docentes, urge no solo compartir procesos y experiencias, sino también trabajar el desarrollo emocional y actitudinal del profesorado, así como incidir en la mejora de la autoestima de unos trabajadores que, desde hace años, se sienten poco escuchados y poco comprendidos. La labor de los profesionales de la educación no es una ciencia y mucho menos exacta, sino que es la suma de experiencias compartidas, no solo en forma de prácticas innovadoras sino de muestras ilusionantes de éxito que nos conduzcan a desterrar la apatía y el hastío ante la precarización del ejercicio docente. Y eso es lo que se necesita.

Por lo tanto, es deseable hablar también de inclusión en el terreno de la formación didáctica: una inclusión que nos lleva a escuchar las ideas de esos otros profesionales que pasan en silencio y humildad por los centros, porque se consideran “no expertas”. Los docentes aprenden no cuando alguien les cuenta algo que viene en una mochila desde fuera, sino cuando se generan ambientes, espacios y situaciones de diálogo y escucha activa. Así, en estos claustros convertidos en motores de experiencias compartidas, es importante mantener vivo el respeto al pluralismo metodológico como una muestra también de respeto a la diversidad que existe en una profesión tan enriquecedora como esta y de la que estamos en constante aprendizaje, en casi cualquier rincón de nuestra vida. 

Porque esas otras grandes telarañas de la formación docente, las que nos impiden ver cuáles son nuestras necesidades reales, nos nublan la vista ante visiones estereotipadas y recetas estandarizadas que muchas se mercantilizan para convencer a un grupo humano de que alguien tiene la llave que abre la puerta de nuestras esperanzas. 

Son esas, pues, telarañas extendidas, las que nos impiden ver los campos de interacciones que se crean entre compañeros y compañeras que se ayudan mutuamente para superar un obstáculo, como parte de una formación viva que no se cuantifica, que no certifica y que no pasa a formar parte de ninguna estadística de mejora, pero que resulta más motivadora que otras muchas ponencias a las que asistimos casi como oyentes pasivos. 

Yo prefiero quedarme con esas otras telarañas, las que tejen redes para hacernos sentir que, en este viaje permanente de aprendizaje de la profesión docente, nunca estamos solos.

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