Cuando el único itinerario posible sea la inclusión educativa, todo se entenderá de otra manera.
Sin embargo, una ideología pedagógica predominante que se basa en la identificación, la categorización, la segregación y en un intento de especialización desde edades tempranas, pone barreras a este principio y dificulta cualquier signo de progreso y justicia social en la escuela.
La visión reduccionista incorporada a las últimas leyes educativas han creado una estructura escolar cerrada y desigual disfrazada del llamado sistema de itinerarios. En este sistema, desde que el alumno o la alumna tiene unos 14 años ya es separado según sus presuntas inquietudes, habilidades (o debilidades) para cursar un llamado itinerario profesional o aplicado y otro itinerario llamado popularmente académico. Al alumnado del año anterior ya se le suele orientar hacia uno u otro en función de sus capacidades, una orientación que no esconde sino una perspectiva clasista teñida de una idea empobrecida de dar oportunidades para todos.
Esta primera bifurcación transversal, que ocurre actualmente en España por primera vez en tercero de la ESO a través de la clasificación de dos tipos distintos de enseñanza de las matemáticas, se agudiza en el último curso de la enseñanza obligatoria. En cuarto de la ESO, ya con dos itinerarios claramente definidos, la clasificación ata irremediablemente al estudiante para seguir un camino limitador y a la vez deslegitimador, que al final es reproducción de un sistema segregador de clases sociales y basados en otros aspectos estructurales: aquel estudiante, que partía en su origen de situaciones sociales, personales o familiares complejas y que, con los años, comenzó a molestar por su comportamiento y escasas aptitudes en el grupo ordinario en los últimos cursos de Primaria y en los primeros de la ESO, ya no está; ya no se le oye, ya no se le escucha y ya no incordia: ha ido a parar a otro itinerario, a otro grupo diferente.
El carácter universal e inclusivo de la educación en estas etapas se ve empañado, así, por un sistema seleccionador; un entramado diseñado para maquillar cifras en el que las personas son clasificadas para que siempre, los elegidos, puedan seguir un ritmo único en las clases, un ritmo impuesto a la fuerza: los que no pueden seguir este criterio homogeneizante -aquellos y aquellas que están por debajo de una supuesta media en las capacidades presuntamente fijadas por el currículo y que muestran algún tipo de déficit- serán separados en otro grupo: estos son diagnosticados dentro de “otro nivel”, y no serán capaces de seguir los estándares de un tejido curricular que se entiende como cerrado cuando, en realidad, en una educación por y para la diversidad, jamás lo puede ser.
Para estos estudiantes surge un sistema paralelo, una bifurcación disfrazada a veces de medidas de atención a la diversidad y, otras, de sistema de itinerarios que, dicen, ofrecerán oportunidades nuevas: un “sueño americano” para los despojados de su tierra prometida, una tierra única que, cuando eran pequeños y antes de convertirse en generación perdida, compartieron con sus iguales: una misma escuela.
Nos hemos creído, así, poseedores de una verdad intocable, diseñada para iluminar la vida de otros en un sistema que dice ser universal, inclusivo e integrador. Una verdad mediante los cual nos sentimos capaces de perfilar la vida de un persona que apenas llega a los 15 años, pero para la cual tenemos una receta ya establecida, sin tener las evidencias exactas que, en cuestión de equidad e igualdad de oportunidades, haya funcionado con otros para algo que no sea ni rendición de cuentas a organismos superiores (muchos de ellos de índole económico) ni maquillar cifras de fracaso.
Porque, sí, esos chicos y chicas, de cara a la galería, no fracasan, no abandonan ni son excluidos. Los mecanismos de marginación a los que son expuestos son más complejos de entender porque en nuestro bagaje cultural, los aspectos relacionales de la diversidad no han sido aprehendidos, por lo que la fórmula de separar, según nos han contado, funciona.
De esa manera, siguen siendo invisibles ante los ojos de aquellos y aquellas privilegiados que avanzan hacia estudios superiores que les abren más posibilidades de tener una vida futura más digna. el resto, el que fue separado cuando aún arrancaba casi su adolescencia, verá limitadas sus posibilidades de progreso social puesto que algún día le contaron que no servía para otra cosa.
Un modelo que cambie esta narrativa escolar segregadora es complicado de instaurar, sin duda, porque el cambio tiene que ver mucho con la adopción de nuevas miradas, nuevas formas de entender la diversidad y la diferencia que son compatibles con la inclusión como principio.
También el cambio tiene que ver mucho con la inversión en recursos destinados a formación docente, con una nueva idea de autonomía escolar, con la bajada de ratios y con un aumento considerable de la contratación del profesorado, para que este pueda diseñar una enseñanza personalizada y ajustada a los ritmos de todo el alumnado. Tiene que ver mucho con políticas educativas, con formas de entender la educación y con la ideología que queremos que prime: