Ser de letras o de ciencias: una división engañosa

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Hace no mucho hablaba en un artículo sobre las consecuencias negativas que tiene para la equidad educativa la creación de sistemas de itinerarios, que propician un modelo basado en la separación por niveles, características cognitivas y, también, origen y condición sociopersonal.

Todo ello para encubrir la idea de que, al separar, se da una respuesta académica más óptima según sus capacidades del alumnado o sus intereses, algo que en distintos estudios se ha demostrado que no es así.

En este texto quiero dar un paso más y ofrecer una visión problematizadora de la división tradicional entre alumnado de ciencias y de letras, que provoca que desde los últimos cursos de la enseñanza obligatoria docentes y familias intentemos explorar en esa bifurcación para ver si un determinado estudiante responde a un determinado perfil u otro, con el fin de (supuestamente) enfocarlo hacia los estudios superior más apropiados, según sus características, en bachillerato y ya luego en la universidad. 

Lo que es una realidad palpable y demostrable es que cada vez son más los alumnos y las alumnas que arrancan bachillerato y, una vez transcurrido un tiempo, buscan cambiar de modalidad por multitud de factores: desde una materia que se “atraviesa” hasta nuevas inquietudes que van surgiendo, pasando por otras cuestiones típicas de la edad como la presencia de amistades en un grupo u otro, además de la praxis determinante de determinados docentes que acerca o aleja del gusto por una asignatura: todos hemos sido adolescentes y hemos vivido situaciones similares o las hemos visto cerca. 

Al finalizar la etapa obligatoria, un consejo orientador, elaborado por el profesorado tutor bajo el asesoramiento del departamento de Orientación, ofrece a cada estudiante y a su familia información no vinculante sobre cuáles son sus inclinaciones a la hora de proseguir su itinerario académico, documento que se elabora a partir de entrevistas y encuestas, así como la propia aportación del docente tutor y equipo educativo. Sin embargo, ¿hasta qué punto esta separación todavía temprana beneficia a la formación integral de una persona? ¿Realmente podemos decir que existen alumnos o alumnas “de letras” o “de ciencias”, con tan solo quince o dieciséis años de edad?

En el  sistema educativo impera el universo de las etiquetas y categorizaciones, factor que, a mi juicio, determina en gran parte esta bifurcación. Nuestras construcciones culturales nos llevan a querer entender todo lo que nos rodea según compartimentos y secuencias separadas, sobre todo en aquello que encierra gran complejidad, por lo que el sistema educativo, en su vertiente más institucional y cerrada, es el terreno perfecto para que se abone un mundo plagado de nociones categóricas y perspectivas dicotómicas. Y cambiar eso, herencia del pasado, es muy complejo. 

La creación de esas barreras culturales nos lleva a que, por ejemplo, ya desde 4º ESO consideremos que un estudiante es de letras si cursa Latín, o que es de ciencias si elige la materia de Física y Química, cuando son decisiones que responden la mayoría de veces a factores arbitrarios, heterogéneos o variopintos: desde el docente que imparte una materia hasta rumores sobre las mismas en promociones anteriores, pasando por o que ellos entienden como más fácil o más difícil, además de aquellos que son “empujados” literalmente por sus familias a cursar una u otra, que entienden como lo mejor para su futuro. 

Nosotros mismos, los docentes, muchas veces caemos en ese error. Etiquetamos a un alumno o una alumna en una u otra variante según el tipo de pensamiento que creemos más desarrollado en ellos o ellas: los de letras, un pensamiento más crítico o analítico; los de ciencias, más metódicos o estructurados en sus razonamientos. Y, lo que es peor, asociamos a unas u otras cuestiones peyorativas vinculadas a la teórica idoneidad: ¿acaso no hemos escuchado alguna vez frases como «qué pena que vayas a letras» o «tú no eres un alumno de ciencias»?

Sin base científica

Sin embargo, la separación entre pensamientos o desarrollos intelectuales de ciencias o de letras no tiene base científica demostrada en cuanto a su eficacia. Es más, podemos afirmar que se trata de una falsa creencia que tiene fuerte arraigo en una cultura academicista consolidada y que conduce en la actualidad a segregaciones grupales en niveles superiores, necesarias para muchas cuestiones propedéuticas, no lo voy a negar, pero de dudoso valor en su engranaje curricular, así como desde la perspectiva de la equidad educativa. 

La era de la posmodernidad o la sociedad líquida de la que hablaba el sociólogo Zygmunt Bauman exige mentalidades abiertas, con perspectivas interconectadas de los diferentes saberes y con una visión transversal de los problemas de la contemporaneidad. Educar en una mirada relativista, donde los conocimientos se construyan desde una mirada relacional, contribuye a construir una ciudadanía crítica y respetuosa con la diversidad cultural, para lo cual es necesario quebrar un entendimiento del mundo compartimentado como el que nos ofrece la tradicional separación entre ciencias o letras. 

Determinadas propuestas, como el novedoso y aún poco explorado Bachillerato general, nos conducen a una apertura de miras en donde estas fronteras tradicionales se diluyen, para que el alumnado pueda confeccionar un periplo académico mixto y adaptado a sus fuentes de interés. Sin embargo, las estructuras organizativas cerradas de las organizaciones escolares, una deficitaria orientación en ocasiones, una implantación «a trompicones» y un complicado engarce con estudios superiores, dificultan la implantación de estas interesantes propuestas. 

Una mirada relacional y hasta cierto punto relativista e incluso holística del currículo nos invita a pensar en una transdisciplinariedad que ha sido defendida por pensadores diversos, pero que, a la hora de plasmarse en la realidad de los sistemas educativos, es de difícil materialización y, sobre todo, de complicada aclimatación en el ADN docente. Una prueba de ello es la organización de las materias por ámbitos en lugar de las asignaturas habituales. 

Sin embargo, una perspectiva universalista para nuestros jóvenes, alejada de fragmentaciones más propias de la visión utilitarista impuesta por el mercado, nos debe llevar a reflexionar de forma pausada sobre las consecuencias y eficacia pedagógica de esta engañosa dualidad ciencias-letras.

Una separación cerrada de forma férrea por costumbres provenientes del pasado, por lo que se hace necesario al menos que se ponga sobre la mesa para la reflexión en la implantación de nuevas políticas educativas que ponen en juego el futuro de las generaciones que queremos para el devenir del bien común.

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