En esta convulsa época de pandemia, poco se habla de los derechos de la infancia, lo cual entra en la terrible tónica general de retroceso en los derechos fundamentales que está afectando sobre todo a los colectivos que mayor riesgo de vulnerabilidad tienen.
Nuestros niños y nuestras niñas fueron los que sufrieron las mayores medidas restrictivas durante el confinamiento y son los que ahora están viendo asfixiado su futuro, si no le ponemos remedio. El factor determinante que conlleva que su actividad, su desarrollo emocional y su felicidad no tengan una relación directa clara con los beneficios o pérdidas en el modelo económico que impera en occidente, así como la circunstancia de que su edad de voto esté muy lejana aún, nos conduce a una sangrante situación de indefensión que no parece preocupar demasiado a determinados dirigentes políticos.
Algunas medidas coercitivas, como por ejemplo el cierre de los parques públicos para contener el virus, sin proponer alternativas o incrementar la seguridad de estos, son signos de la dejación que las autoridades hacen de su papel como servidores públicos, en cuanto a la prevención del bienestar físico y emocional de los más jóvenes.
Siguen imperando, sin embargo, los enfoques paliativos y medicalizados, ante la honda brecha en la salud psicológica que se está generando en niños y adolescentes: instituciones que lanzan ofertas de servicios psicológicos para atender a las familias y a sus hijos e hijas, ampliación de la presencia de la salud emocional entre los objetivos pedagógicos de las instituciones educativas, ofertas de terapias gratuitas… no digo que todo ello no sea necesario con los tiempos que corren, pero considero que se está volviendo a olvidar la labor preventiva, de la cual tienen que ser garantes nuestros dirigentes políticos, en colaboración con la sociedad civil.
Cuando se aprobó el Tratado internacional de la Convención de los Derechos del Niño (CDN), multitud de países fueron prestos a firmarla, ratificarla e incorporarla a su ordenamiento jurídico, no vaya a ser que fuéramos menos que nuestros vecinos de al lado. Esa Convención, en distintos artículos, recogen algunas premisas que, en la era actual, se tambalean, puesto que poco parecen interesar. Mientras que en su artículo 6, por ejemplo, se recoge que “los Estados Partes garantizarán en la máxima medida posible la supervivencia y el desarrollo del niño.”, algunos gobiernos o instituciones deciden cerrar los parques, en lugar de aumentar su higienización y su vigilancia, ya que son el principal pulmón de socialización de los más pequeños, junto a las escuelas.
No digo que esa medida sea buena, o sea mala. Solo creo que tomar esa medida sin ningún tipo de autocrítica, sin haber estudiado su impacto en el desarrollo y el bienestar de los niños y niñas y sin establecer mecanismos alternativos que garanticen la protección del derecho al juego en espacios públicos habilitados, representa un retroceso en la instauración de un modelo de desarrollo armónico y respetuoso con los colectivos que más sufren marginación y desprotección.
Determinadas medidas que se toman desde el ángulo adultocentrista, que siempre perjudican a los mismos, no solo pueden considerarse simples, sino también simplistas: cerrar sin más un espacio público como un parque, nacido para proteger un derecho fundamental, entorpece el necesario camino hacia la socialización en las futuras generaciones de adultos y lastra el trabajo de los profesionales de la educación en las aulas, en donde se trabaja la educación para la ciudadanía como eje transversal. Bastante tienen ya nuestros hijos e hijas con no poder casi socializar en la escuela, como para que además no lo puedan hacer en los espacios diseñados para ello, todo lo cual conduce, si no le ponemos remedio o no alzamos la voz, a condenar aún más a los más pequeños al uso de pantallas desde edades precoces, lo cual es tremendamente perjudicial, como ya se ha estudiado desde diferentes sectores.
No podemos garantizar un futuro sostenible, en el que el diálogo, el respeto a la diversidad o la cooperación sean los cimientos, si seguimos aplicando una visión cerrada como adultos en el mundo que nos ha tocado vivir. Es cierto que tenemos que garantizar un entorno seguro y saludable para toda la población, pero tomar medidas cuya eficacia no está demostrada por parte de ninguna autoridad científica, es, cuando menos, una señal de precipitación cuyas consecuencias tienen que ser estudiadas detenidamente.
Con las medidas, en los centros escolares, de distancia física y la instauración de los grupos de convivencia estable, buena parte de los avances metodológicos en aprendizajes colaborativos, sociales, activos y participativos parecen estar muriendo lentamente en la escuela, sin que casi nadie haga ni diga nada. La lucha contra el virus implica también salvaguardar esa parte humana que ahora tanto se tambalea, y que tanto va a costarnos restaurar cuando exista una vacuna para lo sanitario, pero aún no para curar determinadas formas de entender el desarrollo, la sociedad y la civilización.