Hoy es el Día Internacional de la Educación, y algunos, en una fecha como la de hoy, echamos en falta que los que tanto poder tienen y tanto hablan y deciden sobre ella, la vean más en directo.
En la película El show de Truman, de la cual he también extraído la idea del título de este artículo, dice en un momento Christof, sobre el protagonista: “tiene la cara más conocida del mundo. No puede desaparecer”. Con la educación, tengo la misma sensación, pero en este caso lo dramático es que la cara más conocida sea la de los representantes políticos a los que les ha tocado gestionar la educación desde arriba.
Y no son las caras más conocidas por sus méritos, sus avances o sus demostraciones académicas o científicas, ni tampoco por si la LOMLOE y otras novedades legislativas son mejores o peores (muchas de esas novedades tienen sus aciertos, no lo voy a negar). Lo son porque, en este inicio de año, la proyección mediática de determinados representantes políticos, apareciendo en todo tipo de programas de radio, televisión o incluso emisiones digitales, supera a cualquier esfuerzo que haga la comunidad escolar por compartir, sin tanto bombo y con un altavoz menos potente, lo que hacen, desde toda su pasión, amor y cariño.
Seré un poco iluso, pero soy de esas personas a las que les gustaría que nuestros gestores en materia educativa acudiesen más a los centros -y no tanto a los medios- para debatir sobre educación. En época de pandemia lo veo incluso menos complicado, ya que las AMPA, los claustros, los consejos escolares y las asociaciones estudiantiles se están reuniendo de forma telemática: bastaría solo con conectarse a una videollamada, de igual a igual. Pero no, la actual ministra española y su equipo, por ejemplo, prefieren debatir ante profesionales de la comunicación sobre educación, y ver, desde ese ángulo, la educación en directo. O lo que ellos creen que es la educación en directo.
Pero la educación, la escuela, se palpa de otra manera. La educación en directo no es una frase benevolente en un tweet, ni una entrevista en un periódico, ni una declaración ante una cámara ni una reunión con colegas del mismo rango.
Para ver la educación en directo hay que ir directamente a ella, remangarse y enfangarse los brazos y las manos en el terreno donde se gesta. Hay que aterrizar y hundir los pies en los problemas de la gente, junto a la gente que siente desilusión e impotencia cuando sus hijos e hijas no quieren seguir estudiando o no se quieren levantar de la cama para ir a clase. Hay que sufrir junto a los agentes sociales que trabajan codo a codo con los centros para al final llegar a la conclusión de que lo que están es desbordados.
Hay también que sentarse delante de un claustro de docentes para buscar soluciones sobre el fracaso, la marginación o el abandono, y eso lo añoramos muchas de las personas que intentamos trabajar lo mejor que sabemos en los colegios e institutos enmarañados entre la burocracia y la meritocracia.
Hay que escuchar y, sobre todo preguntar -más que dictar y dictar-; no esperar a que te lancen una consulta a través de un buzón digital, porque de esa manera es como se forja la participación y, por ende, la ciudadanía, y no mediante el continuo cambio de leyes en forma de recetas cuyos ingredientes cambian según quien gobierne ante el estupor y desconcierto de generaciones y generaciones de personas que mantienen con sus impuestos los pilares del estado.
En otras realidades
Porque al final, si se gobierna o se legisla de cara a una galería, de cara a un permanente espejo mediático como motor de mejora de una imagen o en una eterna campaña electoral, se pierde la noción de las realidades que suceden en el entorno al cual nos debemos y del cual salen nuestros sueldos. Esa pérdida de noción de las realidades y de perspectivas es la que ha llevado, por ejemplo, a que se gesten multitud de reformas, una tras otra y sin tener en cuenta, al menos tres reflexiones previas que yo considero fundamentales: cómo se siente el alumnado, cómo se sienten las familias y cómo se siente el profesorado.
Y es luego cuando, desde esa lejanía, desde esa distancia, se llega a ver el mundo como mismo lo veía Truman desde el universo en el que estaba metido, sin percatarse de lo que estaba ocurriendo realmente su alrededor, cuando todos y todas lo miraban con estupor a través de la pantalla de un televisor.
Puede, en definitiva, que nuestros gestores de la educación vivan sumergidos en un directo como ese, no lo sé, pero nosotros y nosotras vivimos en otro, en el de la educación tal y como cada persona la vive en directo desde dentro. Los invitamos a conectarse.