La competencia plurilingüe: el reto de aprender a trabajarla

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Asistí con asombró y a la vez con satisfacción al hecho de que en una de mis redes sociales, hace unos días, saltara una publicación en la que una institución de relevancia ofrecía un curso de wolof, la lengua más hablada en Senegal y también de gran importancia en Gambia y Mauritania.

Nosotros, los canarios, estamos muy cerca de esas realidades culturales y geográficas, pero la mayoría de veces desviamos la mirada hacia las estructuras dominantes que se han asentado en nuestro territorio y en nuestra forma de entender el mundo. 

En la enseñanza, los centros educativos cada vez más tenemos escolarizados a menores con estas procedencias que en muchos casos entran a nuestro territorio por vía irregular. Y yo me pregunto: ¿Sabría nuestro alumnado ubicar en un mapa alguno de esos países que, además, están muy cerca de nosotros? ¿Sabemos algo de su cultura? ¿Sabemos qué lenguas manejan? ¿Tenemos interés por conocerlas, para poder relacionarnos con ellos de una manera más respetuosa?

La competencia plurilingüe nació para, entre otras cosas, generar una necesaria conciencia intercultural sobre el mundo tan desigual en el que vivimos. No es solo la habilidad de un estudiante para hablar otra lengua diferente a la materna según el contexto (en España, de forma habitual, el inglés y el francés); es mucho más que eso: supone la capacidad para entender la diversidad lingüística y el contacto entre lenguas y sus hablantes como una forma de enriquecimiento cultural y como una estrategia para reconocer el valor de la alteridad, de la diferencia. Así se recoge en la LOMLOE, cuando habla de ella: “integra dimensiones históricas e interculturales orientadas a conocer, valorar y respetar la diversidad lingüística y cultural de la sociedad con el objetivo de fomentar la convivencia democrática”.

Es una competencia revolucionaria por lo que implica su propia definición: supone trabajar de forma crítica, razonada y respetuosa fenómenos de intercomprensión lingüística, interculturalidad, transferencias de una lengua a otra (incluídas las llamadas lenguas clásicas), préstamos, geografía y política lingüística. Coloca al alumnado en una perspectiva pluridimensional y madura sobre la riqueza lingüística del planeta: trata de incentivar en ellos y ellas una conciencia crítica sobre la imposición histórica que ha llevado a que se reproduzca la visión perpetuada de unas culturas o idiomas dominantes frente a otras (dominadas) como signo de supremacismo, con el consiguiente riesgo de desaparición de muchas lenguas en el mundo, tal y como constata por ejemplo la UNESCO en muchas de sus publicaciones. 

Está claro que la introducción de esta competencia en el engranaje curricular redimensiona la labor de los docentes y el enfoque curricular a la hora de trabajar el plurilingüismo como característica enriquecedora de nuestras sociedades. El alumnado, en ese marco y en el trabajo de aula, debe comprender los procesos históricos, sociales y estrictamente lingüísticos que hay detrás de la convivencia entre lenguas, dialectos, hablas, variedades, realizaciones y las culturas, en definitiva, que se interrelacionan en nuestra forma de entender y comunicar el mundo frente a la de los demás.

Manejar diversas lenguas con fluidez puede y debe conducirnos en este cambio hacia el reconocimiento, no lo dudo. Sin embargo, este trabajo debe realizarse desde una posición respetuosa hacia el lugar que ocupan las distintas lenguas que se manejan o se enseñan en una comunidad, incluyendo en nuestro caso también la Lengua de Signos Española (LSE), cuyo uso y conocimiento básico sigue siendo minoritario.

Por lo tanto, a medida que nos vayamos acostumbrando a trabajar con los nuevos currículos, los centros escolares, según su contexto, tienen que avanzar en su autonomía pedagógica para acordar en qué indicadores se va a desgranar está competencia. Influirá en ese trabajo, así, las características de nuestro alumnado, por ejemplo, en cuanto a su diversidad cultural o de origen (y reconocer las aportaciones que hacen a nuestros entornos escolares los colectivos, por ejemplo, de personas migrantes). También será determinante realizar un estudio previo de las formas de convivencia entre lenguas en comunidades de nuestro alrededor que tienen varias lenguas oficiales. 

Así mismo, estos indicadores de evaluación de la competencia plurilingüe deben incluir la forma en la que trabajamos el «prestigio» de unas variedades frente a otras y por qué ocurre eso. Debemos incidir en estrategias para dar la voz a colectivos estigmatizados por razón de lengua, cultura y origen, para seguir desterrando estereotipos perjudiciales sobre la diferencia que alientan el racismo y otras fobias. Tenemos, también, en ese camino, que rescatar el léxico tradicional entroncado a nuestros orígenes, con sus diversas raíces etimológicas, como fórmula de reivindicar o proteger nuestro acervo. Todo eso es también educación plurilingüe

¿Supone un reto y una dificultad, porque en muchos claustros no estamos acostumbrados a trabajar así? Puede ser. Sin embargo, es la única forma de entender una forma de “sostenibilidad lingüística», si se me permite la expresión, que se pueda alinear con la convivencia y la preocupación por los grandes problemas de nuestro tiempo.

Y es en ese punto en donde la contribución que desde nuestra posición hagamos a esta competencia será crucial, con el fin de crear esa conciencia intercultural tan necesaria en esta era que vivimos, en la que es clave aprender a convivir con todo tipo de diferencias, y darles a muchas de ellas la voz que nunca han tenido. 

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