El año en que educamos peligrosamente

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Se cumple ya un año desde que la pandemia de la COVID-19 atravesó la educación en todo el planeta. Ha sido un año duro para las comunidades educativas -familias, docentes y alumnado-, un año en el que hemos aprendido a educar peligrosamente, con todo lo que eso conlleva. 

Los docentes, por un lado, hemos aprendido a encajar nuevas críticas sobrevenidas, ya no únicamente centradas en nuestras vacaciones o en lo bien que -supuestamente- se vive en esta profesión. Han sido para las personas que ejercemos este trabajo doce meses en los que aprendimos a explicar algo que se discutía una y otra vez y que jamás no enseñaron en ningún curso de formación ni en ninguna facultad universitaria: dar a entender a todo el mundo que la escuela no estaba cerrada a pesar de que las aulas sí lo estaban.

Y, así, mes tras mes, a golpe de incertidumbres, vaivenes, confusión y titubeos, fuimos creciendo como docentes durante la pandemia, a la vez que seguimos acompañando a los más pequeños en su crecimiento interior, en una etapa fundamental y difícil de sus vidas. Aprendimos de enseñanza virtual, semipresencial y de presencialidad adaptada, con pantallas, mascarillas y distancia física que nos dificultan el necesario contacto humano; todo a la vez y con todo tipo de niveles y con estudiantes de todas las edades y características. Todo para seguir manteniendo los principios de una educación en la diversidad y con todos los inconvenientes que ello supone para la inclusión educativa. 

Esa incertidumbre la vivieron también las familias, que en general siempre estuvieron ahí, haciendo lo que nunca les correspondió, que es combinar su vida y los nuevos problemas que emegían con un ejercicio sobrevenido de docente acompañante, improvisado, porque, aunque algunos no lo hayan querido reconocer, la presencia física en etapas elementales de la educación es insustituible. Y ahora se ha notado más que nunca.

Y en ese año en que las familias perdían su empleo a la par que tenían que explicar Naturales, Sociales, Lengua y Matemáticas a sus hijas e hijos, los representantes políticos se quedaron repitiendo curso en la asignatura de políticas de conciliación. Porque hoy, un año después, los hogares españoles, aunque no lo quisieran, siguen siendo arrastrados a la fuerza hacia una concepción equivocada de la escuela como “aparcamiento” para los más pequeños, porque los que gobiernan no han hecho su tarea de impulsar acciones para que las familias puedan conseguir en ansiado equilibrio entre su vida laboral, personal y familiar. 

Revolución

Y mientras, lo que ha sucedido en los centros educativos es una revolución sin precedentes: una escuela de urgencia y de emergencia para sobrevivir a la pandemia; una escuela que procura recorrer nuevos caminos conjugando cambios legislativos y sociales con el menor impacto posible en el principio de equidad real en las aulas, que es lo realmente complicado. Porque sí, la crisis ha afectado a los sectores y colectivos con mayor riesgo de vulnerabilidad, y eso se ha reflejado en la enseñanza, en todas y cada una de nuestras aulas y rincones escolares.

Los parches que han pasado por hablar de un problema de “brecha digital”, han maquillado una naciente escuela de débiles y fuertes, de discriminación, de marginación, de voces silenciadas ante voces imperantes; una escuela de impacto, de llanto y de impotencia; de asfixia para unos y de respiro para otros. 

La distribución injusta de los recursos entre unas y otras familias ha debilitado el eje de igualdad de oportunidades sobre el que se vertebra la educación. Nos ha quedado una escuela que duele ante el golpe social, educativo y emocional que la COVID-19 ha dejado en aquellos colectivos que ya hace un año partían de una situación de desventaja y que ahora se siguen sentando, un año después, al final de la clase. 

Pero este año en que educamos peligrosamente no lo vamos a olvidar. Quedará en nuestras retinas y en nuestras memorias de supervivencia como una de las mayores oportunidades de aprendizaje colectivo y servirá como radiografía de las fortalezas y debilidades de la escuela para que, aunque siempre pensemos diferente, precisamente sean esas debilidades las nos unan en la búsqueda incesante de la mejora.

© 2021 Albano Alonso

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