En las propuestas de textos legislativos que se han dado a conocer, una parte de la comunidad educativa echa de menos en el área de Lengua Castellana y Literatura de esta etapa la presencia del dictado tradicional como contenido, que sí estaba presente en la redacción definitiva del Real Decreto de Enseñanzas Mínimas de la ley anterior, la LOMCE.
La ausencia del dictado como propuesta inicial no responde a ningún intento despiadado de desterrar de las aulas una de las técnicas de expresión y composición de textos escritos más arraigadas en nuestra tradición cultural escolar: está consolidada, siempre y cuando se trabaje y evalúe bien, su relación con un impacto positivo en la fijación mecánica de las grafías con las que los fonemas se reflejan en la escritura, mediante un habitual proceso de instrucción regular y sistemática.
Sin embargo, esta supresión sí que creo que supone una llamada de atención sobre cuál es su papel real en un enfoque comunicativo amplio en el que, en cuanto a lo que los procesos de escritura se refiere, hay que buscar un urgente y necesario equilibrio en la práctica entre el nivel ortográfico, el textual, el léxico y el pragmático, todos ellos básicos para que un estudiante se exprese mejor y su interlocutor lo entienda sin ambigüedades.
Está claro que, en la autonomía pedagógica y en la concreción curricular que se elabore en cada centro, un docente podrá utilizar la técnica de trabajo -que no un contenido, porque no lo es- del dictado o no, en mayor o menor cantidad en función de las características y la diversidad de su alumnado, así como de las necesidades reales que presenten; al final, de lo que se trata para que el proceso de enseñanza-aprendizaje funcione es de ajustar los medios, recursos y herramientas a los perfiles de aprendizaje que tenemos delante.
Sin embargo, el debate sobre los nuevos contenidos de Lengua Castellana y Literatura, en donde la oralidad cobra una mayor relevancia, sí debe propiciar una honda reflexión sobre las claves culturales que encierra la escritura tradicional en plena era digital. Un debate también sobre cómo esta sobrevive ante el empuje del mundo de la hipertextualidad, mundo en el que muchos de nosotros no aprendimos, por otra parte, pero en el que los jóvenes de hoy en día sí que están creciendo de lleno, y en el que se van a tener que desenvolver con corrección el día de mañana en multitud de ámbitos de sus vidas.
Está claro que la no correspondencia entre grafía y fonema en una lengua de escritura ortográfica como el español provoca en sus usuarios numerosas dudas e imprecisiones que se corregirán mejor, sobre todo en sus inicios, mediante la lectura y la práctica en sus formas tradicionales. Sin embargo, mantener el dictado como contenido no implicará, en sí mismo, un mayor dominio ortográfico, sino que este tiene que trabajarse de una forma amplia a la par que otras herramientas de escritura en las que se fomente el conocimiento y práctica de las variedades discursivas, de las estructuras sintácticas y de la organización lógico-semántica del texto.
También esta propuesta repleta de polémica nos debe llevar a reflexionar sobre las implicaciones culturales que siguen rodeando a la escritura frente a la oralidad, cuyas destrezas relacionadas se ponen menos en tela de juicio probablemente por su limitación y las dificultades para que su trabajo exhaustivo y su evaluación se incorporen de forma definitiva a las clases de Lengua, a pesar de su reconocida importancia social. No olvidemos que las destrezas de la lectoescritura son modalidades posteriores al carácter primigenio de la lengua hablada, que tiene un valor en alza en la forja de modelos de escuelas democráticas basadas en la participación, el consenso, el respeto y la construcción colectiva de una ciudadanía crítica capaz de aportar soluciones a los problemas de las sociedades contemporáneas.
Mucho que reflexionar, en definitiva, sobre el papel de la escritura en el nuevo currículo que, recordemos, va a construirse en cada comunidad autónoma y, sobre todo, en el marco de la autonomía de cada centro.