La otra historia de las religiones

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La incorporación de las enseñanzas religiosas al sistema educativo español siempre ha supuesto una verdad incómoda, un terreno acotado y no exento de polémicas que no es sino un vértice más de la permanente controversia educativa que se ha vivido en las décadas transcurridas desde el inicio de la democracia. Nunca se ha encontrado un modelo que sea del agrado de las mayorías y, probablemente, si no se cambia la óptica, nunca se encuentre.

Hay incluso quien piensa que en España la organización de las enseñanzas religiosas en la estructura curricular de las etapas obligatorias es la idónea, ya que, de igual modo que ocurre con la elección de centros entre la enseñanza privada o la pública, se piensa que favorece y permite la libertad de las familias a la hora de elegir o no recibir esta formación en valores religiosos. Esta es la visión dominante, la historia generalizada que se ha extendido, pero también hay otras formas de verlo que nos deben llevar a un replanteamiento serio de la situación: todas esas formas de verlo conllevan contar la otra historia de las religiones.

Esta “otra historia” nos habla de un sistema en donde hay enseñanzas confesionales de primera y de segunda categoría. En un país como este, de un componente histórico multicultural claro, se reproduce y perpetúa, con el beneplácito de los poderes públicos, una dominación tradicional del catolicismo frente a otras religiones. De hecho, en la estructura actual, la imagen extendida es la de una planificación de enseñanzas en la que la Religión Católica es, de todo el abanico posible, la única que en la práctica se oferta cuando los estudiantes no eligen Valores Sociales y Cívicos en Primaria o Valores Éticos en el caso de la Secundaria Obligatoria.

Con el objetivo de dar cumplimiento al artículo 16 de la Constitución Española, el sistema educativo recoge una posibilidad remota de que el alumnado pueda recibir, a través al menos de la escuela pública, formación religiosa en otras confesiones como la islámica, la judaica o la evangélica. Ello supone una declaración de intenciones que, al menos en el papel, está acorde con los acuerdos que el estado español debe mantener con el plural abanico confesional de este país. Sin embargo, en el día a día de los centros escolares, la imagen extendida es la de la opción católica profundamente extendida y enraizada por las escuelas de la geografía española; se llega a tal punto de expansión fosilizada que es probable que muchas familias desconozcan que los centros escolares deben ofertar en igualdad de condiciones las opciones educativas de otras confesiones existentes en el territorio, pero que permanecen invisibles puesto que han vivido y siguen viviendo una condición histórica de marginación que las lleva a permanecer ocultas frente a la opción mayoritaria dominante, el catolicismo, en una forma de opresión simbólica y estructural.

Religión y segregación

A esta circunstancia se le une otra igualmente alarmante: la enseñanza religiosa tiene en el currículo español una particularidad mediante la cual representa una fórmula de segregación que muchas veces no se palpa. Para que un estudiante reciba educación religiosa tiene que ser separado de sus compañeros y compañeros que acuden a sus asignaturas o materia de ética; eso sucede de forma anómala e inusual desde la etapa de Infantil y se extiende en muchas comunidades autónomas a las enseñanzas posobligatorias de Bachillerato, en donde se puede llegar a observar  que en determinadas regiones la educación religiosa es la alternativa a la formación en tecnologías de la información y la comunicación, lo cual es tremendamente rocambolesco.

Ello nos lleva a una visión estereotipada de la sociedad que hereda imágenes del pasado, imágenes en las que las religiones representaban visiones parceladas de la cultura, separadas una de otras por una injusta historia de enfrentamientos, imposición, marginación y anulación. Con la pervivencia de esa visión, no resulta chocante que, por ejemplo, a lo largo de la etapa de la Educación Primaria, la única asignatura que separe al alumnado sea la ligada a la formación confesional, como si ese enfrentamiento histórico del que hablábamos se reprodujese en la escuela a través de símbolos y estructuras que distorsionan una realidad histórica en donde el encuentro religioso y cultural ha supuesto el único camino hacia la paz y la base de la convivencia.

Diálogo interreligioso en la escuela

La fórmula para derrumbar esta historia representativa de la opresión religiosa tiene que estar basada, en lo escolar, por una reconstrucción de la organización curricular, en la que las confesiones no fueran un todo compartimentado a través de áreas o materias que además se ofrecen como alternativa a la educación en valores éticos, a pesar de la transversalidad de esta última. Al igual que se ha probado la eficacia de los modelos organizativos escolares basados en ámbitos del aprendizaje interrelacionados entre sí y conectados con el entorno, el sistema educativo no debe reproducir modelos segregadores en los que las distintas confesiones compitan entre sí desde posiciones claramente desiguales, en favor del catolicismo, en un estado que, además, se define a sí mismo como aconfesional.

Así, la escuela debe contar también esa otra historia de las religiones desde la perspectiva del diálogo, del encuentro que ha sido crisol de culturas en otras épocas antes del despojo injusto de los terrenos que el entendimiento y el respeto llegaron a forjar. Esa historia no debe ser eje programático de una asignatura diferenciada, sino parte de un todo interrelacionado que puede entrar dentro del conjunto de las materias que se les ofrece a los estudiantes. Se hace necesario, en este camino, que el profesorado se forme en diversidad, en inclusión, en equidad y en interculturalidad, es cierto, pero seguir en esta senda es parte de esa educación para la justicia social que cada vez las personas defendemos:

Una educación que no se entiende sin el diálogo entre culturas, ni tampoco sin el diálogo entre religiones, como forma de entender el mundo.

© 2021 Albano Alonso

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