La simplificación de conceptos tan complejos como “cultura” e “identidad” nos lleva a los docentes y personas relacionadas con el mundo de la educación en general a no ser capaces de enfrentarnos a realidades cada vez más complejas, marcadas ahora por la crisis social, económica y educativa del COVID-19.
En estas nuevas realidades, son palpables los crecientes flujos migratorios, las interacciones humanas entre personas con una forma muy diferente de entender el mundo y, como vemos en la actualidad, la presencia cada vez más imperante de redes tecnológicas y fórmulas de educación a distancia que en muchas ocasiones superan nuestras formas tradicionales de enseñar y aprender, lo que nos lleva muchas veces a una enorme frustración como docentes. Esta complejidad invita a plantearnos la necesidad de redefinir el enfoque que le damos a nuestras acciones educativas y a plantearnos que es necesaria la incorporación de una mirada inclusiva y respetuosa con las identidades culturales en los procesos en los que estamos inmersos.
Identidad cultural y educación
Para ello, es necesario hacer primero una reflexión en torno al término “identidad cultural”, que debe ayudarnos a reestructurar nuestro pensamiento y nuestra acción educativa. Ese complejo entramado de normas y valores que entran en confrontación en las relaciones humanas, asienta de manera cada vez más sólida la necesidad de una educación basada en la plena horizontalidad y en los enfoques dialógicos en situaciones lo más diversas y ricas posibles. Sin embargo, el alumnado que no encaja con nuestra percepción del mundo y nuestra realidad tendente a la homogeneización sigue estando en las aulas sin suficientes planes de acogida o atención que permitan a las instituciones escolares convertirse en verdaderos espacios inclusivos de la diversidad.
La multiculturalidad y la integración desde un enfoque simplista no son suficientes para lucha desde la educación por la erradicación de las desigualdades. Se nos antoja ahora más necesaria que nunca, y ya que la crisis del COVID-19 ha marcado un giro extremo en el entendimiento del mundo y, por ende, de la educación, la incorporación de conceptos como el de ciudadanía global o mundial (es interesante, en ese sentido, el estudio de la UNESCO, Educación para la Ciudadanía Mundial: para un enfoque local, 2018), que nos lleva a concebir como prioritaria la concepción de que existen unos problemas globales que nos afectan a todas las personas, y que en ese nuevo entendimiento ninguna identidad cultural puede quedar fuera.
Es necesario, así, deconstruir el actual enfoque que tiende al monoculturalismo, para convertir al sistema educativo desde sus inicios en el laboratorio que aprecie con los mejores prismáticos la complejidad de la riqueza intercultural, entendida esta dentro del diálogo entre fenómenos e identidades culturales que dialogan entre sí. Este modelo social integrador debe inculcarse desde edades tempranas para poder entretejer una sociedad plural aglutinadora de múltiples formas de entender la vida, con el objetivo de desterrar los estereotipos en los flujos interrelacionales humanos.
En ese sentido, es especialmente relevante la charla TED de Chimamanda Ngozi Adichie, titulada “El peligro de la historia única” y publicada como libro posteriormente en la colección de Literatura Random House, material fundamental para ejemplificar la peligrosa simplificación del concepto de identidad cultural. El impactante relato vital de esta novelista y activista del feminismo nos ilumina la importante idea de que, en sus palabras, “todas las exclusiones, las opresiones, los desprecios y los expolios se derivan de esta expulsión de la historia única”, que es la que nos lleva a los prejuicios negativos basados en la perpetuación de una única imagen, la imagen que occidente ha querido manejar y expandir- en el entendimiento del mundo.
Una oportunidad
En definitiva, la complejidad humana debe enfocarse en el ámbito educativo como una oportunidad para comenzar a asentar nuevos enfoques que permitan incorporar el trabajo sobre las identidades culturales en nuestra mirada. Asentar este cambio de paradigma implica instaurar la idea de que, para entender esta complejidad, hay que estudiarla desde el diálogo y la relación, con el objetivo de normalizarla en el sistema educativo y, por ende, en la vida misma y en todas las formas humanas de interacción. Entender nuestra identidad, nuestra cultura, nos ayuda a huir de las generalizaciones y, por extensión, de los estereotipos. Pero sobre todo:
Debe ayudarnos a comprender cuál es nuestro rol en el mundo, como un paso de vital importancia para convertir la educación en el verdadero motor para la lucha por el equilibrio social.