El Bachillerato no se regala

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Lo siento, pero no. El Bachillerato ni se regala ni hay que transmitir esa sensación ante la opinión pública.

Por eso, es necesario ahora, que acaba de aprobarse por parte del Ministerio el engranaje curricular, valorar cómo lo que se divulgue sobre este asunto incide también en el aprendizaje del alumnado: recordemos que, ahora, podrá titular en determinados casos con una materia suspensa, tras haber tenido la oportunidad de realizar una evaluación continua a la que tienen que destinarse –no lo olvidemos– todos los recursos y, en casos infructuosos, también una prueba extraordinaria (recordemos que la LOMLOE sí prevé que esta se mantenga en esta etapa). Vamos a analizar la cuestión en un marco más amplio. 

Entiendo que la etapa de la educación básica, que abarca de los seis a los dieciséis años en nuestro país, debe tener una finalidad garantista y universalizadora, y más en un país como España, con altas tasas de repetición de curso y abandono escolar, por encima de la media de la Unión Europea. Comprendo también (y por eso comparto) que las medidas que se tomen vayan en la línea de la personalización, del acompañamiento ante cualquier señal de riesgo y de la flexibilización curricular, adaptando en lo posible los aprendizajes a las características sociopersonales del estudiantes. 

Sin embargo, la etapa del Bachillerato –en donde también es necesario tomar medidas de esa índole– no es obligatoria; el alumnado se matricula en ella habiendo desechado otras modalidades de estudio, como la Formación Profesional. Es cierto que, una vez se comienza a cursar Bachillerato, los procesos de enseñanza tienen que adaptarse a los nuevos tiempos, a los problemas del mundo contemporáneo. Podemos hablar, así, de la necesidad de enriquecer las metodologías del profesorado y también de atender a cuestiones individuales o grupales que pueden afectar a la evolución escolar de un estudiante que aún no tiene tanta madurez como pensamos. Y, por supuesto, hablar asimismo de cualquier problemática que le surja a un estudiante en mitad de un curso que condicione y limite su progreso, ante lo cual habrá que adaptar los mecanismos de evaluación. Pero tengo serias dudas acerca de cómo va a encajarse en los equipos docentes responsables de tomar la decisión de permitirle o no al alumno titular con una materia suspensa, en qué casos lo beneficia y por qué previamente no han fructificado todas sus posibilidades de progreso: esto también es actitud crítica y conciencia ciudadana sobre la sociedad que se va a encontrar ese estudiante en el futuro.

Todo el peso recae, ahora (una vez más) en unos equipos educativos escasamente rodados en la cultura colaborativa; con una deficitaria formación en la toma de decisiones colectivas porque, admitámoslo, el modelo de escuela democrática aún escasea. El desarrollo de muchos equipos docentes a lo largo del curso destapa inercias heredadas del pasado en donde se repasa individualmente el recurrido del alumnado en cuanto al número de suspensos, y no en cuantos a cuestiones que siguen entendiéndose como subjetivas, como el grado de culminación de los objetivos de una etapa, la detección precoz de dificultades o el grado de adquisición de las competencias. 

Por eso, sin haber desandado lo andado, un estudiante podrá ahora obtener un título que da acceso a estudios universitarios (tras realizar la EBAU, una prueba de selección) habiendo suspendido materias como Lengua, Matemáticas, Química o Física, muchas de ellas incluso muy necesarias para estudios superiores posteriores. 

El alumnado, así, jugará esa baza desde el inicio de curso. Conocedor de esa corriente popular nutrida de la desinformación que habla de una supuesta bajada del nivel de exigencia o de que puede titular con mayor facilidad que antes, podría apostar a caballo ganador ante cualquier dificultad que se le presente. Sin abandonar esa materia que lo trae de cabeza, y sin acumular muchas faltas a clase (sabrá que eso le impedirá titular), será abocado a jugarse el as de un suspenso y, por ende, obtener el título, porque entenderá que el equipo docente no podrá soportar la presión de hacerlo repetir con una sola materia. 

Algo “bueno” trae esta situación, no lo voy a negar: es presumible que el docente no sentirá tanto como profesional que se le ponga en tela de juicio su trabajo y no se verá abocado a tener que cambiar una nota ilegítimamente (si al alumno solo le queda esa) ante multitud de factores externos. Sin embargo, ¿este es el aprendizaje que nos llevamos con la nueva ley? ¿Qué formación ética y cívica le damos a un estudiante que, en una enseñanza postobligatoria, lanza los dados de esta manera para que luego la responsabilidad recaiga en el equipo docente, cuando tenía que haber recaído en el desarrollo formativo de muchos meses y en el trabajo continuo y conjunto que abarca un curso escolar, en el que hay que detectar a tiempo cuándo se detecta un escollo para intentar corregirlo?

Nuestros jóvenes han crecido en un contexto social de crispación y de toxicidad mediática en muchas ocasiones. Han visto a personalidades de ámbito público envueltos en casos de corrupción académica que han trascendido en multitud de esferas. No podemos seguir permitiendo que este siga siendo el modelo que se imite. El Bachillerato es una oportunidad para la formación integral, para la profundización epistemológica en los saberes necesarios para una compleja y exigente vida con la que se van a dar de bruces. Una modalidad de estudios en la que se matriculan de forma optativa para labrarse un futuro mejor y en la que se cuenta con un sistema de becas que tendría que potenciarse aún más para salvaguardar los derechos de las personas más vulnerables económicamente. 

También la dotación de recursos para el apoyo y el trabajo ante la complejidad es clave en esta etapa, para la cual se debe realizar una inversión acorde con un país desarrollado que quiere la mejor formación para su ciudadanía. Es una etapa que, como la ESO, exige del seguimiento de las dificultades y la detección a tiempo de cualquier barrera para poder realizar los ajustes en el procesos y que el estudiante mejore; eso, y muchas cosas más. Pero nunca esta etapa no obligatoria puede convertirse en un nido para la arbitrariedad, para la picaresca, para el cuestionamiento de la labor de los profesionales ni para comparación entre estudiantes que se sienten injustamente tratados por el sistema. 

Por ello, los cambios que plantea el nuevo Bachillerato necesitan tiempo para la aclimatación, para el entendimiento. Tiempo para el replanteamiento de costumbres aprendidas que no cazan con la nueva responsabilidad de un equipo docente que antes ponía su esfuerzo en que el alumnado aprobase todo y pudiera titular pero que, ahora, se ve abocado –a último momento y tras los resultados de la última oportunidad que supone la prueba extraordinaria– a unificar criterios basados en el equilibrio y el rigor para no permitir que alguien piense que el Bachillerato se regala.

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