“… un mundo al que no pertenecía: ricos, seres descuidados e indiferentes, que aplastaban cosas y seres humanos y luego se refugiaban en su dinero o en su amplia irreflexión”
(F. S. Fitzgerald)
Recientemente leía que el Ministerio de Educación del Gobierno de España ha reformado el sistema de becas para estudiar en la universidad. Entre otros cambios, se propone que la concesión o no de esta ayuda dependa de un criterio de renta y necesidad económica y no de mérito académico, requisito este último que fue introducido en 2012, aún bajo los efectos de la crisis económica anterior.
Me parece un loable gesto de valentía que el Gobierno español introduzca esta reforma en el momento actual de incertidumbre económica, social y educativa, y ante los peores presagios para el futuro que se nos avecina. A pesar de la pesadumbre lógica que sobrevuela en diferentes sectores, parece con esta acción haberse pensado en la juventud, y creo que es el momento de volcar los ojos hacia ella para darles esperanza ante lo que se alumbra en el nuevo panorama internacional. Nuestra juventud, golpeada por dos crisis, es la nueva generación perdida y necesita sobre todo eso: esperanza.
La Generación Perdida
En las primeras décadas del pasado siglo ya existió una de las muchas generaciones de jóvenes que a lo largo de la historia ha sido quebrada por una crisis; fue la llamada Generación Perdida. Aunque detrás de esta voz colectiva estuvo el eco de otras muchas personas, a esta solo perteneció estrictamente un nutrido grupo de intelectuales norteamericanos que, tras el golpe de la Primera Guerra Mundial y de la Gran Depresión, emigraron a Francia en busca de refugio cultural y artístico ante un mundo que les había dado la espalda.
Allí, en París, nombres como Dos Passos, Steinbeck o Hemingway, entre otros, convivieron con artistas como Gertrude Stein , Pablo Picasso o Paul Valery; junto a ellos, en sus encuentros, relaciones y tertulias, encontraron el sentido de sus vidas, la inspiración y el optimismo necesario para seguir creciendo por dentro, aunque siempre mantuvieron su tono desengañado y una ferviente actitud crítica que les acompañó en su obra hasta el fin de sus días; nacía así una de las grandes generaciones de escritores de la historia occidental moderna.
Casi cien años después, devastados por dos crisis mundiales de enorme magnitud, especialmente la que atravesamos ahora a causa del COVID-19, no puede hablarse de generación perdida estrictamente, pero sí que el planeta ha cultivado desde hace más de una década oleadas de jóvenes especialmente preparados desde un punto de vista académico y profesional a los que se les ha vendido un sueño y, de repente, han despertado golpeados de bruces por una brutal realidad.
En la crisis anterior, que arrancó en 2008, la destrucción del empleo se cebó con la población más joven y se alcanzaron elevadas tasas de paro juvenil. Los recortes y las políticas de austeridad acabaron movilizando a las masas: la juvenil, por un lado, alentando movimientos como el 15-M, que arrancó en mayo de 2011 y se propagó por todo el mundo en toda una muestra de ciudadanía transformadora creada desde la colectividad; en el ámbito sindical obrero, a través de movilizaciones y huelgas como la convocada el 14 de noviembre de 2012 y que unió a distintas organizaciones de toda Europa. Las cosas parecían estar cambiando.
Pero casi diez años después, este grupo de personas de veintitantos años en aquellos momentos que gritaba contra el establishment para empujarlo de su sitio y alentar una nueva sociedad más crítica y participativa, se encuentra con que aquellos esfuerzos no sirvieron para hacer despertar al planeta. Y ahora, mientras una gran parte de esta generación ya no tan joven llegó a marzo de 2020 haciendo malabarismos desde una precariedad que se les han vendido como normalidad, chocamos con una “nueva normalidad” tamizada por la necesidad de distanciamiento social y físico que pudiera perjudicar al fervor de aquellas masas que en 2011 y 2012 se unieron -al calor humano del cambio y sin metros de separación- para no permitir más pisoteos a los derechos de los colectivos más vulnerables.
Reinventar redes
A aquellos jóvenes de la Generación Perdida les sirvió como refugio las redes que crearon en las cafeterías de la época, a través de sus cartas y libros, en sus reuniones en casas, librerías y tabernas. La juventud de ahora tal vez no encierre este tipo de talento, pero encierra otros muchos y, entre ellos, la capacidad para reinventar sus propias redes: las que los conectan desde cualquier punto del planeta para sentir que todos ellos están subidos al mismo barco.
Y así, en este contexto de transformación ciudadana avivada por la digitalización, nace la esperanza en un futuro mejor. Porque esperanza es que una asociación reciente como “Yo no renuncio” haya recogido más de 150.000 firmas en muy poco tiempo para exigir al Gobierno español medidas a favor de la conciliación; esperanza es que miles de personas se unan durante dos meses desde sus hogares para reconocer con sus aplausos al personal sanitario; esperanza es la demostración de entereza, fortaleza y resistencia que está teniendo la población estudiantil de todo el mundo cuando desde arriba se les dice que mientras el mundo de derrumba, la educación continúa.
Esta fortaleza es la que me hace seguir creyendo en el futuro. Nuestros jóvenes no están en el París de las Vanguardias, no pasarán a la historia por ser ingentes creadores de las obras narrativas más relevantes de la literatura moderna y no tendrán la suerte de conocer a Simone de Beauvoir o a Sylvia Beach, pero no importa: yo seguiré confiando en la juventud y alentándoles a seguir porque, aún sintiéndose en una encrucijada, creo que el planeta que son capaces de dejarles a las futuras generaciones va a ser mejor que el que nosotros les dejamos a ellos.