“Es injusto, profe”. «¿Por qué yo no voy a la excursión?». «¿Por qué cuando levanto la mano a mí no me atienden?». «¿Por qué yo saco menos nota si hicimos el trabajo juntos?». No imaginan la de veces que, en mis años de docencia en enseñanzas medias, he escuchado frases como estas en boca de algún estudiante; imagino que al resto del profesorado le pasará parecido.
El alumnado, desde que es muy pequeño, tiene un concepto muy particular y férreo sobre lo justo o lo injusto, ideas en torno a las cuales nosotros, los adultos, no solemos demostrar entendimiento, ya que nuestra óptica ante los problemas que se les plantean a estas edades es muy diferentes. Pero, ¿qué es lo que suelen ver justo o injusto? ¿Se puede hablar de justicia en la escuela? ¿Se puede y se debe trabajar ese asunto en las aulas? ¿De qué manera lo afrontamos?
En realidad, los términos en los cuales se mueve el alumnado cuando habla de la justicia son similares a los del mundo adulto.
Así, los alumnos y las alumnas suelen recurrir a la justicia siempre en términos peyorativos: algo les parece injusto cuando perciben desde su rol un desequilibrio, un trato desigual, por ejemplo, a la hora de poner notas o de aplicar medidas sancionadoras. Es en ese momento cuando lo manifiestan o, simplemente, se frustran.
Considero, en ese sentido, que el papel del profesorado a la hora de intentar garantizar de forma ecuánime la igualdad de oportunidades o la igualdad de acceso, es clave, ya que somos espejos, modelos de conducta para ellos y ellas, patrones de comportamiento en los cuales podrán basar gran parte de sus actuaciones en su futuro, cuando se tengan que enfrentar a esos conceptos en el mundo adulto.
Eso no quita que el alumnado no entienda que somos seres humanos y que el error es factible y, muchas veces, probable. En ese modelo de humildad y reconocimiento de que la frontera entre lo justo y lo justo es a veces difusa, debemos también movernos con humildad los docentes, profesorado tutor, equipos de orientación y equipos directivos: nuestros estudiantes deben ver que somos capaces de reconocer un error en una decisión y rectificar a tiempo, pidiendo disculpas.
Ya simplemente con ello creo que estaremos trabajando la justicia social en la escuela, lo cual es fundamental en su formación ciudadana. Hay que tener en cuenta que en los centros educativos se reproducen de forma mecánica relaciones jerárquicas de poder. Estas, si no se gestionan bien, pueden hacer sentir al alumnado que se les está limitando sus posibilidades de promoción y de igualdad de oportunidades, ante lo cual, se sienten marginados y en cierto modo oprimidos, por lo que, muchas veces, se hunden en el desánimo.
No tienen por qué ser negativas, de entrada, esas relaciones jerárquicas, inevitables en la institución escolar. Sin embargo, sí que debemos los docentes evitar que perciban desigualdades arbitrarias en cuanto al trato o a las oportunidades educativas que pudieran generarse en el día a día.
Injustamente tratados
Cuando un grupo clase hace muchas actividades complementarias y otro no, cuando ante trabajos similares dos estudiantes obtienen una nota muy diferente, cuando se reprende a toda la clase por una actitud concreta de solo una parte, cuando perciben que le prestan más atención a un compañero o compañera… El alumnado siente esas diferencias relacionales, por muy justificadas que estén en la toma de decisiones, y será nuestra labor explicar bien a esos alumnos y alumnas que se sienten “injustamente tratados” cuáles han sido los criterios que hemos seguido a la hora de tomar esas decisiones.
En ese sentido, todo lo que sea el fomento de la participación democrática en la toma de decisiones, ayuda a atenuar esas sensaciones de injusticias en las alumnas y los alumnos.
Las asambleas, tertulias, debates, los intercambios de opiniones y pareceres, el derecho a réplica, las dinámicas dialógicas, la manifestación de discrepancia, etc.; si fomentamos todo eso en nuestras clases no estaremos perdiendo nuestra autoridad como docentes, sino que estaremos contribuyendo a construir una nueva forma de entender la educación en la que “la cognición no está encaminada a lograr representaciones `apropiadas´ de un mundo externo sino que se inscribe en un proceso colectivo de producción de cultura” (Sagástegui, 2004, p. 33).
Es más: el fomento de clase de una acción activa, cooperativa y participativa en el que nadie se sienta menos por ninguna condición, solidifica nuestro rol como autoridad moral para las personas jóvenes a los que atendemos en un centro, además de que puede generar el avivamiento de nuevos liderazgos positivos en el aula, basados en la comprensión, la empatía y el respeto.
No es tan fácil
Pero no, no todo es tan fácil. Aunque nos esmeremos, seguiremos escuchando eso de “profe, es injusto”. Es su mundo, su imaginario cultural, su construcción social sobre cómo se entienden las relaciones humanas a estas edades lo que los llevan a emitir estos juicios ante muchas de las decisiones que tomamos desde la óptica del adulto, del docente.
Sin embargo, el panorama no debe llevarnos a abandonar y a cambiar hacia modelos basados en el autoritarismo, solo por el hecho de que no estemos de acuerdo con su entendimiento de la justicia o con el concepto que tiene el profesorado de este.
Cojamos aire, respiremos profundo y entendamos que cuando éramos pequeños también vivimos en un mundo de presiones parecidas a las de ellos. Hagamos, así, siempre de ese “es injusto, profe”, una oportunidad para dialogar, una oportunidad para trabajar por unas relaciones humanas basadas no en la idea de injusticia sino en la búsqueda de la empatía.
Recursos
Sagástegui, D. (2004). Una apuesta por la cultura: el aprendizaje situado. Revista Sinéctica, número 24. Recuperado de https://sinectica.iteso.mx/index.php/SINECTICA/article/view/282